jueves, mayo 08, 2008

Traslocare (v.) Marcharse, mudar de casa, mudar, traslocar


Tres años pasaron. También otoñaba, como ahora, y faltaba un poco el aire como ahora. El mismo solcito y las hojas de la mora sobre el pasto. Entramos a la casa por primera vez. Y como ahora, entraba también el albañil. La primera siesta – después de descargar valijas y empezar a clasificar cajas – la dormí en la hamaca paraguaya de la galería (¿con qué libro? no me acuerdo). En alguna película olvidable dice que la forma de entrar a una casa es agarrar una habitación por vez. Hay que elegir un rincón, limpiarlo, y hacerlo tuyo. Así hicimos y lo que hoy es el comedor se convirtió en seguida en un búnker atorado de sillones, una tele con video y pilas de películas. Ahí anidamos los primeros cansancios de mudanza, entre montañas de cajas, polvo y tartas de ricota. También anidé ahí alguna decepción amorosa. (Alguna primera gran decepción amorosa). El llanto y los libros de la tesis.
Cuesta pensar que ese lugar, hoy blanquísimo, limpio y hasta un poco aséptico sea el mismo del empapelado rosita de flores y el rompecabezas de bártulos de entonces. También ahora sirve un poco de búnker, pero es otro. Supongo que es cierto que a los lugares los hacen el tránsito y la experiencia. El hábito. A las decepciones también. A veces es cuestión de decidirse a entrar a un cuarto distinto y, si es necesario, empezar a pintar.