algo que tenía que ver con los fractales y degeneró en descarga
-"tenés un programa?"
-"... Mmmm. No, es que, ya está terminando agosto y... no"
- "..."
Siento que he vivido con esa sensación toda mi vida.
El primer recuerdo que tengo de ella es de la época en que tenía unos ocho años: mis viejos me habían llevado a ver Holiday On Ice (!) y recuerdo estar sentada (cagada de frío) en la platea teniendo la amarga revelación de que ya era demasiado tarde para ser una de esas nenititas patinadoras en minúsculos tutús que bailaban con el ratón gigante de galera.
A los trece o catorce años, inexplicablemente, sentí algo muy parecido asociado al hecho de que ya nunca podría ser una pequeña ajedrecista prodigio (recuerdo incluso pensar que ya era demasiado tarde para aprender ajedrez (?) ).
Lo del ballet todavía lo estoy procesando.
Y así.
Pero por el contrario, desde que tuve mis primeros problemas con los plazos de entrega, en la primaria, (es decir, desde que tuve plazos de entrega) que tengo la no-tan-secreta convicción de que el tiempo es exprimible hasta el último nanosegundo. Es decir, que es infinitamente divisible; y que si yo contaba con sólo quince minutos más para contestar los últimos dos tercios del examen, lo único que necesitaba era lograr, mediante un artilugio que-tan-difícil-no-debía-ser, que mi cerebro operara como si un segundo fuera un minuto, o un minuto una hora, y etcétera. El "eternity in an hour" desde el más intuitivo y mundano punto de vista de una nena de doce años. Una mezcla de Borges, la paradoja de Zenón, el tiempo como fractal y el más enfermo voluntarismo. Y sin embargo no puedo evitar angustairme ante la sensación de que agosto ya se termina.